domingo, 28 de junio de 2015

EL CARRO INVISIBLE.


¿Pueden materializarse algunos espíritus en determinados momentos? El racionalismo niega tajantemente esta posibilidad. Sin embargo, incontables testimonios e historias provenientes de todas las latitudes y a lo largo de los tiempos, así lo afirman.

En esta ocasión traemos un inquietante relato verídico publicado por la revista Leoplan (http://lacasadelmisterio666.blogspot.com.ar/2014/01/relatos-leoplan-de-terror.html) sucedido en el campo argentino a fines de la década del 40 y relatado por uno de sus protagonistas. 



Estábamos sentados junto al fogón tres muchachos casi de la misma edad, tomando el amargo (N. del A.: mate) que uno de nosotros cebaba, y contemplando la triste escena que presentaba la tarde con su frio viento y la llovizna que ya nos tenía aburridos.  
 
Cada uno de nosotros contaba aventuras y recuerdos de nuestras juveniles andanzas.
 

De pronto se nos acercó don Ramón, un viejo criollo que trabajaba de peón con mi padre, y hablándonos medio asustado, nos dijo:

- ¿Muchachos, oyen el carro?   
 
- ¿Qué carro? –le contestamos en tono medio burlón -. ¡Quién va a andar con carro en este barro y con este tiempo de perros!

- No se rían – prosiguió -. Todavía son muy gurises (N. del A.: niños); y ahora que se presta la ocasión, les voy a decir que hace muchos años, a poca distancia de este lugar, en un obraje muy grande, trabajaba de carretero un macetón guapo y laborioso, y en una tarde de llovizna y frio como esta, como tenía la madera cargada, decidióse a enganchar los bueyes y llevarla hasta la playa; pero como el suelo estaba mojado y resbaladizo, el pobre perdió el equilibrio y cayó bajo las ruedas, muriendo en el acto. 


Desde entonces, en días como el de hoy, se oye la marcha del carro, que parece que se balancea de un lado al otro; el crujir de las ruedas y el grito silencioso de jot jot jot arreando a los bueyes, que tiran de ese carro que nadie ha visto y jamás ha dejado huellas en las picadas pero cuyo paso resuena en los bosques del Chaco, cuando la lluvia embarra los caminos y el viento azota con furia los árboles.


Ladislao Szorkala (Villa Berthet – Chaco) 
    

   


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